lunes, 24 de noviembre de 2014

Suárez Andrea, Crónica sobre un partido de fútbol, un concierto o una tarde de hospital

La agonía que enferma a los pacientes de La Clínica Milagrosa
   
Espera eterna en la Sala de Urgencias

Por: Andrea Suárez

En una esquina de la Avenida Santa Rita de Santa Marta, en medio del intenso tráfico, pitos y humo, rodeada de vendedores de mango, jugos y fritos se encuentran las puertas de Urgencias de La Clínica La Milagrosa. La cuenta de cuantas veces se cierran y se abren se pierde, pues es constante el entrar y salir de pacientes.  

Desilusión, desesperación, impotencia y decepción, es lo que se evidencia en el frígido ambiente de la sala de Urgencias. Cada uno de los pacientes, con lágrimas a punto de emerger de sus ojos, refleja el precario e insólito sistema de salud que cobija a los ciudadanos colombianos.

Son las cuatro de la tarde,  y rodeado de las comunes baldosas y luces blancas, fluye el congestionado y desorganizado trabajo de la clínica. En espera hay 60 pacientes, cada uno con la misma queja: “Llevo más de tres horas aquí sentado y nada que me atienden”.

Uno de ellos es Guillermo Jiménez,  un señor de 50 años, quien ha vivido los últimos 15 días padeciendo de un agobiante dolor en la espalda y sin diagnóstico definitivo. Los fuertes dolores lo han inmovilizado hasta quedar postrado en una silla de ruedas. Al ser remitido a La Milagrosa, acompañado de su esposa Lorena Arias de 47 años, espera desesperadamente su turno para ser atendido, pues el estar sentado durante mucho tiempo es igual de doloroso que intentar ponerse en pie.

En la sala de urgencias de La Milagrosa, en un pequeño cubículo, y  en una pequeña mesa trabaja una sola enfermera encargada de dar los turnos a los pacientes por orden de llegada. A medida que pasan los instantes, la enfermera se ve más acelerada, más presionada y más desesperada ante la cuantiosa cantidad de personas que tiene a su alrededor, detrás de ella por un turno. Trabaja como una máquina, repite el mismo proceso ante un nuevo paciente, lo que hace que muchas veces, con desgano, haga su trabajo por salir del paso.

Mientras eso pasa, los segundos y minutos que avanzan en el reloj, ubicado de frente a los pacientes en espera, pueden representar la vida o la muerte.

A las 4:30 de la tarde, ingresó con antecedentes de hipertensión un hombre que, por sus características físicas y por el desgaste que reflejaba su mirada, tendría aproximadamente 80 años. Debía recibir cierta prioridad por el hecho de pertenecer al grupo de edad avanzada pero, al igual que todos, fue ubicado en la sala de la eterna espera. Diez minutos después, marcados exactamente por el reloj, se aglomeró la masa de personas alrededor del señor. Estaba convulsionando. Sufrió un paro respiratorio. Inmediatamente se abrieron sin ninguna barrera las puertas de urgencias. Como nunca, no hubo una enfermera que impidiera el paso. Para fortuna de la familia y del centro de salud, el señor se restableció.

Continuo a esto, Sonia de Acosta, una madre desesperada por su hija enferma de 22 años, a gritos y con palabras soeces altera el orden de la sala reclamando que el acta de remisión de su hija le fuese devuelta para salir de La Milagrosa, donde  desde hace seis horas esperaba atención médica. No era atendida porque recepción sostenía que acababan de llegar pero, tampoco las dejaban ir. Por ser beneficiaras de la Policía Nacional, llamó a las autoridades porque aun con los gritos e insultos hacia la administración de la clínica, éstos se rehusaban a entregarle la remisión.

Ante la presencia de la Policía la situación fue controlada. En el ambiente de la sala quedó un aire de revolución, que hasta el pasivo y tranquilo, Guillermo Jiménez le dijo a su esposa “Pregunta si me van a atender o no para armar mi escándalo también”.

Sonia, al salir con su hija de la clínica, menciono estas palabras refiriéndose a los televisores que tradicionalmente se encuentran en las salas de espera, “¿esto? Esto es para que ustedes se emboben y pierdan el tiempo aquí mientras esperan la atención médica que nunca llega”.

En medio de la abrumadora congestión que ambienta la sala de espera, también hay quienes se toman este tema de esperar con mucha tranquilidad. Dos pacientes casi sin fuerzas para hablar, con abundantes canas, lunares  y arrugas y agarrados de un bastón esperan con la mayor paciencia, la hora en que los atiendan, no cuentan con la noción del tiempo, pues de las tres horas que permanecen sentados, dos, cabecean y duermen apoyados el uno del otro.

Solo por mencionar algunas reacciones de la mala aplicación del sistema de salud en medio de las paredes de urgencias de la Clínica La Milagrosa. El común denominador son las miradas de desilusión, tristeza y temor de cada uno de los pacientes, y los gritos que alteran el orden de donde la espera, es eterna. 

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