Espera
eterna en la Sala de Urgencias
Por: Andrea Suárez
En
una esquina de la Avenida Santa Rita de Santa Marta, en medio del intenso
tráfico, pitos y humo, rodeada de vendedores de mango, jugos y fritos se encuentran
las puertas de Urgencias de La Clínica La Milagrosa. La cuenta de cuantas veces
se cierran y se abren se pierde, pues es constante el entrar y salir de
pacientes.
Desilusión,
desesperación, impotencia y decepción, es lo que se evidencia en el frígido
ambiente de la sala de Urgencias. Cada uno de los pacientes, con lágrimas a
punto de emerger de sus ojos, refleja el precario e insólito sistema de salud
que cobija a los ciudadanos colombianos.
Son
las cuatro de la tarde, y rodeado de las
comunes baldosas y luces blancas, fluye el congestionado y desorganizado
trabajo de la clínica. En espera hay 60 pacientes, cada uno con la misma queja:
“Llevo más de tres horas aquí sentado y nada que me atienden”.
Uno
de ellos es Guillermo Jiménez, un señor de
50 años, quien ha vivido los últimos 15 días padeciendo de un agobiante dolor
en la espalda y sin diagnóstico definitivo. Los fuertes dolores lo han
inmovilizado hasta quedar postrado en una silla de ruedas. Al ser remitido a La
Milagrosa, acompañado de su esposa Lorena Arias de 47 años, espera
desesperadamente su turno para ser atendido, pues el estar sentado durante
mucho tiempo es igual de doloroso que intentar ponerse en pie.
En
la sala de urgencias de La Milagrosa, en un pequeño cubículo, y en una pequeña mesa trabaja una sola enfermera
encargada de dar los turnos a los pacientes por orden de llegada. A medida que
pasan los instantes, la enfermera se ve más acelerada, más presionada y más
desesperada ante la cuantiosa cantidad de personas que tiene a su alrededor,
detrás de ella por un turno. Trabaja como una máquina, repite el mismo proceso
ante un nuevo paciente, lo que hace que muchas veces, con desgano, haga su
trabajo por salir del paso.
Mientras
eso pasa, los segundos y minutos que avanzan en el reloj, ubicado de frente a
los pacientes en espera, pueden representar la vida o la muerte.
A
las 4:30 de la tarde, ingresó con antecedentes de hipertensión un hombre que, por
sus características físicas y por el desgaste que reflejaba su mirada, tendría
aproximadamente 80 años. Debía recibir cierta prioridad por el hecho de
pertenecer al grupo de edad avanzada pero, al igual que todos, fue ubicado en
la sala de la eterna espera. Diez minutos después, marcados exactamente por el
reloj, se aglomeró la masa de personas alrededor del señor. Estaba
convulsionando. Sufrió un paro respiratorio. Inmediatamente se abrieron sin
ninguna barrera las puertas de urgencias. Como nunca, no hubo una enfermera que
impidiera el paso. Para fortuna de la familia y del centro de salud, el señor
se restableció.
Continuo
a esto, Sonia de Acosta, una madre desesperada por su hija enferma de 22 años, a
gritos y con palabras soeces altera el orden de la sala reclamando que el acta
de remisión de su hija le fuese devuelta para salir de La Milagrosa, donde desde hace seis horas esperaba atención
médica. No era atendida porque recepción sostenía que acababan de llegar pero,
tampoco las dejaban ir. Por ser beneficiaras de la Policía Nacional, llamó a
las autoridades porque aun con los gritos e insultos hacia la administración de
la clínica, éstos se rehusaban a entregarle la remisión.
Ante
la presencia de la Policía la situación fue controlada. En el ambiente de la
sala quedó un aire de revolución, que hasta el pasivo y tranquilo, Guillermo
Jiménez le dijo a su esposa “Pregunta si me van a atender o no para armar mi
escándalo también”.
Sonia,
al salir con su hija de la clínica, menciono estas palabras refiriéndose a los
televisores que tradicionalmente se encuentran en las salas de espera, “¿esto?
Esto es para que ustedes se emboben y pierdan el tiempo aquí mientras esperan
la atención médica que nunca llega”.
En
medio de la abrumadora congestión que ambienta la sala de espera, también hay
quienes se toman este tema de esperar con mucha tranquilidad. Dos pacientes casi
sin fuerzas para hablar, con abundantes canas, lunares y arrugas y agarrados de un bastón esperan con
la mayor paciencia, la hora en que los atiendan, no cuentan con la noción del
tiempo, pues de las tres horas que permanecen sentados, dos, cabecean y duermen
apoyados el uno del otro.
Solo
por mencionar algunas reacciones de la mala aplicación del sistema de salud en
medio de las paredes de urgencias de la Clínica La Milagrosa. El común
denominador son las miradas de desilusión, tristeza y temor de cada uno de los
pacientes, y los gritos que alteran el orden de donde la espera, es
eterna.
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