Un sábado en la calle ancha
Por:
Yulibeth Quintana Suarez
Es
sábado, y en la única calle pavimentada del caluroso y acogedor pueblo guajiro
conocido como Camarones, los carros rondan en busca de pasajeros que
transportar a la ciudad de Riohacha ubicada a 17 km al sur de este
corregimiento. Son las 8: 45 de la
mañana y como es peculiar Ilda, la lechera del pueblo ya está culminando su habitual labor, a lo lejos se le ve caminando
con dos balde sobre su vieja carretilla y gritando “leche, leche” por todo el
vecindario.
La
plaza del barrio se encuentra solitaria
solo Manco, un hombre de baja estatura, con problemas físicos y a quien se le
atribuye ese nombre por su cojo caminar, deambula cerca al lugar a esperas de
la tarde que el sol baje para dirigirse al monte a arriar las vacas por puro
gusto.
Al
fondo de la ancha calle se divisa el cementerio y a las afueras en las cuatro
bancas de concreto que lo adornan tres viciosos entre ellos un joven de escasos
20 años llamado Ainer, quien no hace más que expresar groserías y morbosear a
cuanta niña o jovencita simpática transite por ese lado de la vía.
Todo
parece normal, la gente camina atravesando la carretera, algunos se dirigen a
la tienda más surtida de la calle conocida como Los Flamencos, donde compra lo
necesario para completar el desayuno y se anticipan con lo del almuerzo, sobre
todo las señoras de la tercera edad, que a eso de las 10:00 ya tienen el arroz
hecho.
Es
claro que por la cara de sus moradores, la normalidad es sinónimo de
aburrimiento o monotonía y que el día resulta ser abrumador, excepto para los que
trabajan y los niños quienes no le temen ni al inclemente sol para salir a
divagar por el barrio jugando boliches y gallitos con botellas llenas de arena.
La
tarde comienza a surgir y con ella el ánimo, el Billar abrió sus puertas, la
calle ancha empieza hacer invadida por la música, y al tiempo los aficionados
de este juego se organizan para invadir
el local.
Las
reglas se imponen desde temprano, desde ya a policía pone en marcha su labor, uno
por uno van llegando a los establecimientos público para recordarles “que a las
2:00 de la madrugada deben apagar y cerrar el espacio”. Frente a la aclaración los propietarios no se muestran
sorprendidos y sin alegar acatan la
información, e inician la organización de todo para inaugurar la noche y quitar
el sin sabor de los parranderos.
Todo
empieza a tornar agradable, las vendedoras de comidas rápidas se preparan para
montar sus puestos cerca a los rumbeadores, ya se empieza a notar el alboroto y
a su vez el sube y baja de los jóvenes, los enamorados, los casados y los
perniciosos todos rumbo a Licores Mau,
el estanco cervecero más concurrente de La Ancha, donde sumergidos en el vicio,
el alcohol y el resonar del vallenato despiden su tan esperada noche en la
calle que resulta ser el centro de atracción de todos los habitante del
pesquero pueblo.
Eso
es lo típico y esta noche al parecer no será lo contrario puesto que mientras
para algunos creyentes el sábado es día de reposo, en la calle ancha suele ser
noche de derroche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario