lunes, 24 de noviembre de 2014

Quintana Yulibeth, Crónica sobre una calle



Un sábado en la calle ancha

 Como de costumbre, basta tan solo con que llegue la noche del sábado para que los habitantes del pueblo camaronero con ansias se dispongan a cambiar el panorama de su diario vivir disfrutando de la música y el alcohol en la calle ancha.

Por: Yulibeth Quintana Suarez

Es sábado, y en la única calle pavimentada del caluroso y acogedor pueblo guajiro conocido como Camarones, los carros rondan en busca de pasajeros que transportar a la ciudad de Riohacha ubicada a 17 km al sur de este corregimiento.  Son las 8: 45 de la mañana y como es peculiar Ilda, la lechera del pueblo ya está culminando su  habitual labor, a lo lejos se le ve caminando con dos balde sobre su vieja carretilla y gritando “leche, leche” por todo el vecindario.

La plaza  del barrio se encuentra solitaria solo Manco, un hombre de baja estatura, con problemas físicos y a quien se le atribuye ese nombre por su cojo caminar, deambula cerca al lugar a esperas de la tarde que el sol baje para dirigirse al monte a arriar las vacas por puro gusto.

Al fondo de la ancha calle se divisa el cementerio y a las afueras en las cuatro bancas de concreto que lo adornan tres viciosos entre ellos un joven de escasos 20 años llamado Ainer, quien no hace más que expresar groserías y morbosear a cuanta niña o jovencita simpática transite por ese lado de la vía.

Todo parece normal, la gente camina atravesando la carretera, algunos se dirigen a la tienda más surtida de la calle conocida como Los Flamencos, donde compra lo necesario para completar el desayuno y se anticipan con lo del almuerzo, sobre todo las señoras de la tercera edad, que a eso de las 10:00 ya tienen el arroz hecho.

 Es claro que por la cara de sus moradores, la normalidad es sinónimo de aburrimiento o monotonía y que el día resulta ser abrumador, excepto para los que trabajan y los niños quienes no le temen ni al inclemente sol para salir a divagar por el barrio jugando boliches y gallitos con botellas llenas de arena.

La tarde comienza a surgir y con ella el ánimo, el Billar abrió sus puertas, la calle ancha empieza hacer invadida por la música, y al tiempo los aficionados de este juego se organizan para  invadir el local.

Las reglas se imponen desde temprano, desde ya a policía pone en marcha su labor, uno por uno van llegando a los establecimientos público para recordarles “que a las 2:00 de la madrugada deben apagar y cerrar el espacio”. Frente a la  aclaración los propietarios no se muestran sorprendidos y sin alegar  acatan la información, e inician la organización de todo para inaugurar la noche y quitar el sin sabor de los parranderos.

Todo empieza a tornar agradable, las vendedoras de comidas rápidas se preparan para montar sus puestos cerca a los rumbeadores, ya se empieza a notar el alboroto y a su vez el sube y baja de los jóvenes, los enamorados, los casados y los perniciosos todos rumbo  a Licores Mau, el estanco cervecero más concurrente de La Ancha, donde sumergidos en el vicio, el alcohol y el resonar del vallenato despiden su tan esperada noche en la calle que resulta ser el centro de atracción de todos los habitante del pesquero pueblo.

Eso es lo típico y esta noche al parecer no será lo contrario puesto que mientras para algunos creyentes el sábado es día de reposo, en la calle ancha suele ser noche de derroche.

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