La
clínica de reposo más concurrida de Santa Marta
Todos
los días como de costumbre, faltando un cuarto para las 2:00 p.m. José Luis
Laforet se dispone a tomar las riendas de su frecuentado establecimiento dando
la bienvenida a sus huéspedes.
Por:
Yulibeth Quintana Suarez
Es mediodía y pese al
inclemente sol y la desolación, el polideportivo de la ciudad samaria espera la
hora exacta para que cada uno de sus rincones sean invadidos no solo por los
aficionados del deporte, sus visitantes y vendedores. Sino también por los
residentes que a eso de las 2:00 de la tarde deciden internarse en su habitual ‘clínica
de reposo’.
Un sitio especial abierto al
público, en manos de José Luis Laforet Castillo, un vendedor de bebidas samario,
que todos los días después de que el sol varía a su favor abre las puertas de
su concurrido centro de reposo que suele ser invadido por cinco mesas, veinte
sillas, veintiocho piezas de dominó, un juego de damas y más o menos veinte ‘pacientes’
muy cercanos, y en su mayoría al igual que él; de la tercera edad, casados y
cansado de la cantaleta diaria de sus mujeres, uno de los motivos que los
conduce a este lugar donde diariamente emprenden una tertulia tardía dando
inicio a su rehabilitación. Es decir, su juego acostumbrado, entre chistes,
burlas, uno que otro sorbo de cerveza y pequeños insultos que por la confianza pasan
desapercibidos.
Y como no, si el lugar resulta placenteros para
quienes lo frecuentan y deciden emprender su rutina debajo de eso dos frondoso
y asimétricos árboles que entrelazan sus ramas para opacar los rayos del cálido
sol y enmarcar la vista de la frecuentada clínica, donde las mesas y las sillas
ya comienzan hacer ocupadas, las fichas de dominó se preparan para ser
revueltas en su primera ronda y las piezas de dama ya están siendo alineadas
sobre las tres primeras filas del tablero.
La hora llegó, inicia el
juego y la sala de esperas de la clínica es circundada por la bulla, el
desparpajo y la demencia de sus internos quienes en medio de su ocio, han
olvidado hasta sus nombres y solo se identifican por apodos.
En la mesa #1 cuatro de
ellos, se enfrentan en cruz ‘el papi’,
un hombre de contextura delgada, que usa camisa polo de rayas verdes con
blanco y lente sobre sus ojos, da entrada al juego con el doble seis. Es
inconcebible el grado de locura y tensión que aquí se respira, ver como este
grupo de amigos contrariados piensan y ponen en marcha cada jugada, escuchar ese
‘taash’, cuando ‘Kike’ bruscamente golpea el seis y cuatro con la mesa y
propiciar la inmediatez con la que ‘el negro’ tira con sagacidad, el cinco y
cuatro, y ‘el dóctor’ amaneradamente dice “muchachos yo pasooo”. Todos sonríen y de la mesa #3, el señor
‘Manuel’ grita “Ay marica”, pero la incertidumbre por ganar el valor de la
apuesta ($2000), y emprender la suma de
las setenta pintas continua…
Camino a la mesa #3, aquí
tres hombres maduros ya van finalizando su segunda partida la cual aún no se ha cerrado. ‘Juan’ lanza estrepitosamente el dos y uno, que se
contrapone al seis y cinco antes puesto por el gordito ‘pacho’, quien ya ha
sumado veinticinco pintas a su favor, solo posee una ficha en sus manos la
famosa ‘pela’ y disfruta de un frappe de guanábana, mientras espera el lance de
su contrincante ‘Manuel Flores’, a quien
le tambalean las piernas porque presiente su derrota, se decide a lanzar el doble cinco y sella el fin del
juego donde ‘pacho resulta ganador al completar las setenta pinta.
Hay alboroto en la mesa #1,
‘El papi’ se muestra inconforme al analizar que su compañero ‘el negro’ hizo una
mala jugada; de la cual él mismo, ha sido consiente. Metió una ficha que por el
cálculo del juego era mejor mantenerla en espera lo que condujo a sus oponentes
a ganar.
Hasta este punto de reposo y
entretenimiento, la victoria y la derrota resulta ser un motivo de diversión
para estos insatisfechos hombres, quienes con mucho ánimo le piden al señor
Laforet que les lleve a la mesa unas cervezas frías y unas bolsas de agua para
aplacar la calor, la sed y la resequedad producida por la algarabía.
En la mesa #5 se divisa a
Laforet, el dueño de este establecimiento, desesperado por ganarle al menos una
partida de dama, a su rival y tocayo José miguel Castillo, quien por su
vestimenta, su léxico y perspicacia muestra ser un amante de la política y por
su manera de jugar un competidor difícil de vencer.
Se hace tarde, ya ha
oscurecido y solo faltan quince minutos para para el juego. A pesar de la
oscuridad la clínica aún no cierra sus puertas a sus allegados la incertidumbre
generada por el vicio de este desafío sigue en marcha no hay vuelta atrás la
jornada de atención esta punto de culminar como todos los días a las 8:00 p.m. hora en la cual cada
‘paciente’ se despide y toman rumbo a sus hogares embriagados de placidez. Mientras
Laforet cierra su frecuentada clínica de reposo la cual para quienes la
desconocen solo resulta ser un pequeño kiosco cervecero.
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