lunes, 24 de noviembre de 2014

Quintana Yulibeth, Crónica de El Rodadero

Genaro Hernández  en el oficio de su mayor pasión: tocar el acordeón

Por: Yulibeth Quintana Suárez

Son la 5:10 de la tarde y en la visitada playa de El Rodadero hay un gran alboroto. Los turistas caminan sin rumbo por todo el lugar admirando las creaciones artísticas y artesanales que están a la vista, las palomas no muy ariscas se adelantan al paso de los transeúntes, los vendedores de ceviches y comidas rápidas se apresuran para abrir casi al tiempo sus negocios, a la orilla del mar se aglomeran los bañistas, los silleteros se dispersan para alquilar sus sillas a los visitantes y los músicos se preparan despidiendo al sol con sus canciones.

En medio de tanto revuelo, y ante la curiosidad que despierta el seguir deslumbrando este espacio turístico, se vislumbra bajo un frondoso árbol de caucho que une sus ramas con las de un árbol de almendras, a un hombre maduro de escasos 60 años, oriundo de Fundación Magdalena, de piel morena, ojos oscuros, pelo crespo negro, baja estatura, contextura delgada y vestido de modo muy particular sentado en un pequeño muro de seguridad vial.

“Yo soy Genaro Hernández jovencita mucho gusto”. Se dirige a mí, al sentirse invadido por mí mirada. “venga  acérquese, que tanto observa”. Apenada por el hecho de que me había descubierto contemplándolo sin disimular, sonriente me acerque a él y me presente, sin perder de vista la soltura de sus dedos sobre los botones de su acordeón la cual tocaba moviendo sus brazos y al ritmo en que palmeaba el pavimento con su pie derecho.

Era una  melodía muy conocida la que interpretaba en ese momento. Se trataba de una de las canciones del fallecido Cacique de la Junta Diomedes Díaz, titulada, “Ay la vida”.

“Esto que usted me ve haciendo joven es mi mayor pasión la toco desde hace 20 años, de esto vivo yo, de la música, es mi sustento diario, el de mis seis hijos y mi mujer”, dice alegremente Genaro, interrumpiendo las notas de la canción que emergían de su acordeón en ese instante en el que la hacía sonar.

Ya el tiempo se acortaba y el sol se perdía en el horizonte del ancho mar que bordea la playa de El Rodadero, donde todas las tardes a eso de las 6:00 p.m. Genaro Hernández y su grupo conocido como los parranderos del vallenato se dispones a transitar por la orilla ofreciendo a los amantes de atardeceres sus canciones.

“Unas de las tantas apetecidas por los enamorados suelen ser las del Binomio de Oro, son esas las que más nos piden y las que yo a través de mi acordeón canto con mucho gusto porque en esa agrupación vallenata se encuentra mi ídolo, el famoso Israel Romero reconocido también como el “El Pollo irra”, cuenta el viejo Hernández con tanta vehemencia.

“Es que ese hombre toca hija. Usted no lo ha visto, ¡hombre, como de que no! yo lo considero una eminencia del acordeón. Una vez tuve la dicha de conocerlo a él y Alfredo Gutiérrez en Barranquilla, para que son artistas humildes se relacionan con uno, hablan, se toman unos traguitos. Conmigo más rápido porque yo soy entrón. Lo malo es que ese día no tuve la dicha de tomarme una foto con ellos, que vaina pa' jodida no”.

Llega la hora, Genaro se dispone a tomar el rumbo que el destino depara para el todos los días bajo la claridad de la luna, tocar junto el sonido de la guacharaca y el tambor a los enamorados y parranderos que se deleitan tomando cerveza fría y Old Parr sobre la fina arena y la oscuridad que empieza a surgir al acercarse la noche.

Este es uno de sus mejores momentos y su mayor realidad aparte de la dicha que le dan su hijos, mujer y el ser profesor por las mañanas de este arte, en el que no solo enseña a niños a cumplir el sueño que de niño el mismo construyo y que hoy una noche de agosto se encuentra puliendo al ejercer el oficio de su mayor pasión: tocar el acordeón.

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