Emiliano Villa: lo que ha quedado de su fama.
Vuelve y juega, otra historia más que se suma
a las tantas ya existentes de este ex – boxeador costeño, a quien la fama le ha
jugado una mala pasada y los escritos sobre sus triunfos y derrotas lo han
convertido en leyenda.
Por: Yulibeth Quintana Suarez
Así como el comején arrasa con la madera, la
humedad carcome las paredes internas del Gimnasio de boxeo Villa Olímpica de
Santa Marta, un lugar donde la luz se enfrenta a la oscuridad y el calor le
propina un nocauts al aire con la misma fuerza el ex – ídolo del boxeo Emiliano
Villa aún espera con ansias dejar en la lona al estado colombiano.
Tal como dice la frase del coro vallenato del
cantante Silvio Brito “Solo promesas, solo promesas solo promesas te volviste
al fin”. Dado que, todo lo que le ofrecieron por sus participaciones y
competencias nacionales y mundiales solo le alcanzo para saborear la gloria y
escalar dos pasos a la fama, mientras sus patrocinadores gozaban de lo que él,
a punta de golpes ha construido.
Triste pero cierto, hoy en día la vida de este
legendario boxeador de 61 años, test negra, y estatura promedio resulta ser
agitada, pese a los achaques y deterioro físico que dejan tantos guantazos y
que ahora se hacen presentes en su intermitente oficio.
Junto a su mujer, tres de sus cuatro hijo y
su adorable nietecito, Emiliano reside en una pequeña estancia del deteriorado
gimnasio samario, establecimiento en el que todas las tardes lleno de vigor, ánimo
y fuerza busca esconder sus males bajo su agradable sentido del humor y uno que
otro puñetazo que se dispone a lanzar
mientras entrena a los jóvenes de la liga del Magdalena y brinda clases a los
aficionados por tan solo dos mil pesos diarios.
Con estiramientos, saltos rápidos sobre una
llanta de camión y con brincos lentos como de joropo sobre una cuerda de plástico,
Villa da inicio a sus clases combinando siempre el baile con cada técnica
implantada dentro y fuera del ring. “Vamos chamos con fuerza”, “ustedes no
saben bailar”, “saber bailar es la clave Chamos de ahí surgen todos los movimientos”;
eso dice, y seguidamente con un tumbao boleroso en el que el ritmo se concentra
en la flacidez de su piel, debido al
desgaste de su masa corporal, en medio de una risa picara en la que sale a
relucir su prótesis dental, canta a viva voz las estrofas de alguna canciones
del salsero Ruben Blades a quien idolatra.
¡Barranquillero tenía que ser!, para tener
tanta gracia, swing y ser amante de la
champeta. Aunque lo que resulte curioso sea su gusto por la historia.
Pues muy cerca de su escritorio de trabajo
conserva un reducido estante de madera invadido por los ácaros, en el que se ubican una serie de libros entre
ellos el más destacado es, La Segunda Guerra Mundial, escrita por el
historiador alemán Hellmuth Guenther Dahms.
Al parecer es poco lo que conocemos de los
gustos y la espontanea personalidad del púgil barranquillero Emiliano Villa en
la actualidad. Muchos lo describen como un hombre inolvidable, que repletaba
todos los cupos y escaleras del coliseo Humberto Perea, donde entrenó desde su
infancia como boxeador y se enfrentó a grandes luchadores como al ex campeón
mundial Alfonso "Peppermint" Frazer y a quien en ciertas ocasiones
sacaron en hombros de su zona de combate honor que solo se le hace a los
grandes ídolos del boxeo.
Pregunto, ¿Qué ha quedado de esa fama? En resumen nada
material porque al igual que el viento se esfumó. A hora solo se hacen
memorables sus hechos que en el presente
son recuerdos, el lugar hostil donde es feliz con su familia y enseña día a día con coraje lo que le apasiona, su integridad física y moral, los
medicamentos para el cerebro que toma desde que emprendió esta carrera y las hojas
de marihuana que en sus tiempos de celebridad decidió tatuar en sus dos brazos,
sumado al hombro izquierdo el nombre de su última hija ‘Yuli’.
Pero frente a todo lo antes dicho, lo que
permanecerá para siempre en su memoria y desde ya, se adicionara a su leyenda
es la gran desilusión que conlleva con su existencia. Puesto que hubiese
preferido nacer en otro país diferente a Colombia; piensa que, “hubiese tenido mejor suerte y mi
historia sería diferente, contraria mil veces a esta”.
Entre risas, vuelve y canta pero ya no con el
mismo brillo que emerge de sus sumergidos ojos por el cansancio, el refrán de
la conocida canción Pedro Navaja. “La
vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ay por Dios”, se dirige a uno de
los tantos sacos de boxeo a los que considera
su rival invencible.
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