Testigo de un amanecer en La Milagrosa
Ya casi anoche y la oscuridad está siendo ronda
opacando la poca claridad que emerge del atardecer, el transito se ha vuelto un
caos en la calle 22 con 13 de Santa Marta y de la clínica La Milagrosa solo se
logra ser testigo del entrar y salir de
los enfermos.
Por: Yulibeth Quintana
Día 17 de octubre, en La
milagrosa se percibe ese olor a alcohol característico de toda clínica, no se hace
extraño ver a las aseadoras trapeando de extremo a extremo el deslizable piso,
ni mucho menos ver pacientes observar la televisión a esperas de ser atendidos.
En este momento, el silencio que invadía la sala de esperas es quebrantado por
el chillido de una silla de ruedas en las que es transportada Danesa, una joven
de 19 años que ingresa con fuertes cólicos menstruales y se lamenta por el
dolor.
¡Típico!, la atención de
todos los presentes se concentra en ella y ya la televisión pasa hacer plato de
segunda mesa. Luego de 15 minutos, tiempo que se llevó hacer el papeleo de
ingreso, la susodicha es internada inmediatamente. Pues según el médico en turno
Iván Govea, “el mal que la perturbaba le estaba ocasionando una retención urinaria,
que debía ser tratada al menor tiempo”.
Con los ojos totalmente dilatados
de tanto llorar y su mano derecha presionando su pelvis con la misma fuerza que
se hacía presente el dolor, la paciente internada expresa que no aguanta, que
le duelen mucho sus piernas y la cadera”, seguidamente fue puesta en una
camilla de la sala de observación donde le fueron tomando sus signos vitales y
fue canalizada.
Hasta ahora, todo resulta
ser normal, las enfermeras van de un lado a otro, cubículo por cubículo con una
pequeña bandeja de aluminio en manos en las que llevan algunas jeringas de 5 milímetros,
una que otra bolsa de suero y ciertos medicamentos inyectables que al hacer
contacto con el enfermo en cuestiones de minutos hacen apacible el malestar
hasta desaparecerlo del cuerpo.
Así mismo, los médicos
cumplen con su labor supervisando el estado actual de los pacientes y
cerciorándose de su estabilidad y mejoría.
Ya han pasado las horas y el
ambiente que se respira en este entorno resulta ser deprimente, y aburrido para
los acompañantes de los enfermos que residen en el lugar del cual la noche sea apoderado
trayendo consigo ese frio peculiar de las clínicas, una incomodidad desesperante,
hambre y un sueño pendejo de esos parecidos al del doctor chapatin.
Solo un minuto hace eterna
las horas en la sala de urgencias de esta clínica, donde a eso de las 7:00 de
la noche, después que el vigilante cambia de guardia, la enfermera es relevada
y los médicos son alternados, todo comienza a tornarse insólito.
Por ser viernes un fin de semana, a esos de
las diez inicio lo que los doctores
suelen llamar “noches pesadas” tras la
llegada de un turista que presentaba una sobredosis, un borracho que al parecer
el haberse caído y roto la frente le dio
paso a quedar internado y pasar su ebriedad acostado junto a los demás
indispuestos rabiando los quince punto de suturación.
Sinceramente en esta sala de
emergencias, el concepto peor pierde significación pues no se logra a ciencia
cierta definir tras el pasar de los segundos que es lo más tormentoso, si el
escuchar el gemir del ebrio, el estar de la camilla al baño, los gritos, el
llanto, el toser, el ser despertados
cada ocho minutos por las enfermeras para recibir cualquier instrucción sobre
el medicamento inyectado en la destroza, el escuchar el sonido perturbador de
las sirenas o darse por vencida y permanecer desvelada.
En síntesis, todo lo que se
vive horas antes del amanecer en La milagrosa es una penumbra donde la muerte
vence el descanso y el cansancio cobra vida. Lo único que queda para el testigo
es el consuelo de esperar el amanecer observando por la ventana de la clínica
hacia fuera y vislumbrar la desolada calle acompañada solo de luz y de un frio viento.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar