lunes, 24 de noviembre de 2014

Quintana Yulibeth, Crónica sobre un partido de fútbol, un concierto o una tarde en un hospital


Testigo de un amanecer en La Milagrosa

Ya  casi anoche y la oscuridad está siendo ronda opacando la poca claridad que emerge del atardecer, el transito se ha vuelto un caos en la calle 22 con 13 de Santa Marta y de la clínica La Milagrosa solo se logra ser testigo del  entrar y salir de los enfermos.

Por: Yulibeth Quintana

Día 17 de octubre, en La milagrosa se percibe ese olor a alcohol  característico de toda clínica, no se hace extraño ver a las aseadoras trapeando de extremo a extremo el deslizable piso, ni mucho menos ver pacientes observar la televisión a esperas de ser atendidos. En este momento, el silencio que invadía la sala de esperas es quebrantado por el chillido de una silla de ruedas en las que es transportada Danesa, una joven de 19 años que ingresa con fuertes cólicos menstruales y se lamenta por el dolor.

¡Típico!, la atención de todos los presentes se concentra en ella y ya la televisión pasa hacer plato de segunda mesa. Luego de 15 minutos, tiempo que se llevó hacer el papeleo de ingreso, la susodicha es internada inmediatamente. Pues según el médico en turno Iván Govea, “el mal que la perturbaba le estaba ocasionando una retención urinaria, que debía ser  tratada al menor tiempo”.

Con los ojos totalmente dilatados de tanto llorar y su mano derecha presionando su pelvis con la misma fuerza que se hacía presente el dolor, la paciente internada expresa que no aguanta, que le duelen mucho sus piernas y la cadera”, seguidamente fue puesta en una camilla de la sala de observación donde le fueron tomando sus signos vitales y fue canalizada.

Hasta ahora, todo resulta ser normal, las enfermeras van de un lado a otro, cubículo por cubículo con una pequeña bandeja de aluminio en manos en las que llevan algunas jeringas de 5 milímetros, una que otra bolsa de suero y ciertos medicamentos inyectables que al hacer contacto con el enfermo en cuestiones de minutos hacen apacible el malestar hasta desaparecerlo del cuerpo.

Así mismo, los médicos cumplen con su labor supervisando el estado actual de los pacientes y cerciorándose de su estabilidad y mejoría.

Ya han pasado las horas y el ambiente que se respira en este entorno resulta ser deprimente, y aburrido para los acompañantes de los enfermos que residen en el lugar del cual la noche sea apoderado trayendo consigo ese frio peculiar de las clínicas, una incomodidad desesperante, hambre y un sueño pendejo de esos parecidos al del doctor chapatin.

Solo un minuto hace eterna las horas en la sala de urgencias de esta clínica, donde a eso de las 7:00 de la noche, después que el vigilante cambia de guardia, la enfermera es relevada y los médicos son alternados, todo comienza a tornarse insólito.

Por ser viernes un fin de semana, a esos de las diez inicio lo que  los doctores suelen llamar “noches pesadas”  tras la llegada de un turista que presentaba una sobredosis, un borracho que al parecer el haberse caído y roto la frente  le dio paso a quedar internado y pasar su ebriedad acostado junto a los demás indispuestos rabiando los quince punto de suturación.

Sinceramente en esta sala de emergencias, el concepto peor pierde significación pues no se logra a ciencia cierta definir tras el pasar de los segundos que es lo más tormentoso, si el escuchar el gemir del ebrio, el estar de la camilla al baño, los gritos, el llanto,  el toser, el ser despertados cada ocho minutos por las enfermeras para recibir cualquier instrucción sobre el medicamento inyectado en la destroza, el escuchar el sonido perturbador de las sirenas o darse por vencida y permanecer desvelada.

En síntesis, todo lo que se vive horas antes del amanecer en La milagrosa es una penumbra donde la muerte vence el descanso y el cansancio cobra vida. Lo único que queda para el testigo es el consuelo de esperar el amanecer observando por la ventana de la clínica hacia fuera y vislumbrar la desolada calle acompañada solo de luz y de un frio viento.

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