El
caos y la podredumbre se apoderan cada día más de este importante tramo de la
Ciudad.
Por
Laura V. Orozco
Recorrida
la carrera Quinta del punto más histórico de la Ciudad: el centro, se
visualizan panoramas recreados por el comercio ambulante de humildes vendedores
que cada día piensan en tener que llevar algo a sus casas para la comida del
día siguiente. Las aturdidoras bocinas de los carros particulares, las locas motocicletas
que zigzaguean en medio del trancón y las pequeñas y grandes busetas del
transporte público, que de por sí todas tienen que pasar por allí, son los
elementos de este paisaje urbano tan estancado en el progreso.
Verdaderamente,
se trata de la Avenida Campo Serrano, pero, si se les pregunta a muchos de los habitantes
por su nombre real, no sabrán que así se denomina y mucho menos que en honor a
José María Campo Serrano, el único presidente samario que ha tenido Colombia,
quien además sancionó la Constitución de 1886. Para gran parte de la población,
esta arteria, una de las principales de Santa Marta, solo es conocida como la carrera
Quinta.
La
Quinta es una vía muy angosta para ser una avenida, pero atraviesa todas las
calles que, desde que se fundó Santa Marta, tienen una historia que contar. Historias
que nacieron en grandes casonas coloniales y republicanas deterioradas por el
abandono y el tiempo, que fueron albergue de importantísimos personajes no solo
de la ciudad, sino de toda Colombia en remotas épocas.
Asimismo,
en las calles que atraviesa la Avenida Quinta, desde la calle 22 o la Avenida
Santa Rita hasta la Avenida del Ferrocarril, emergieron magnas construcciones donde
funcionaron colegios, cárceles y el Concejo Municipal, entre otros. Actualmente,
en estas calles marchan la alcaldía, la gobernación y regados bancos
nacionales.
Es
una arteria por la que tienen que pasar todos los usuarios del desorganizado
transporte público que se montan en las acabadas y oxidadas busetas de quién
sabe hace cuántos años y los que tienen el privilegio de usar las “modernas”
busetas que esporádicamente se ven en la calle. Sin dejar atrás que para poder
llegar a algún punto, por allí deben transitar innecesariamente todos los
pasajeros y, además, dar un paseo por toda la ciudad.
Mientras
tanto, desde gamines y mujeres de la calle, hasta las personas más decentes de
la clase media, concurren los almacenes tanto de aquellas reconocidas marcas
donde los precios pueden ser muy altos para ellos, como los remates de aspectos
nada agradables que venden todo a mil o a cinco mil pesos, como si todo lo
regalaran. La carrera Quinta se rodea de almacenes de ropa, así como puede ser
fina, también aquella de puro ‘segundazo’ que no se sabe qué persona la ha
usado. También hay tiendas de calzado, accesorios, joyerías,
arreglos de relojes, droguerías, billares, remates, almacenes de cadena, entre
muchos otros más.
El
incesante problema
Caminar
por la Quinta es tropezarse con innumerables problemas, aquellos que los
dirigentes desconocen o, intencionalmente, dejan en el baúl del olvido por no
tener que lidiar con otro asunto más de la ciudad. Carros y motocicletas brincan
a cada metro porque una zanja de centímetros largos y profundos quiebra el
pavimento. Aguas renegridas rebosadas de las alcantarillas a las que no les
cabe una gota de pudrición más, son la alfombra de transeúntes que chapalean
intentando pasar de una esquina a otra. Peatones mandan sus manos a la nariz
para evitar absorber los olores a mortecina y alcantarilla que se expiden desde
cada rincón.
Busetas
y automóviles pitan a diestra y siniestra mientras el semáforo indica que los
vehículos deben mantenerse detenidos, un “¡Oye hijueputa!” se escucha en medio
de la algarabía y no se distingue por qué: allí es cuando la contaminación
auditiva se apodera de la avenida. Las motocicletas, al parecer hijas dignas de
la imprudencia, practican movimientos en forma de zigzag, atravesándose a
cualquier tipo de vehículo para volarse el semáforo el rojo y adelantarse por
la derecha a ver si quizás terminar llevándose por delante a los pasajeros que
bajan de las busetas cuando estas no se orillan.
Los
sentidos humanos son víctimas directas del caos ambiental y de tránsito que
perdura en la Quinta. Son apenas las nueve de la mañana y el estrés se apodera
de todos, los minutos pasan, completan la media hora y los vehículos solo han
avanzado un poco en el trayecto para tratar de salir de allí: esto se convierte
en una rutina normal, hasta las siete de la noche, casi todos los días. El
tiempo corre y con él viene más desorden y suciedad para la Avenida Quinta, esa
arteria del Centro Histórico de Santa Marta que no resiste un problema más.
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