jueves, 20 de noviembre de 2014

Orozco Laura, Crónica sobre una calle

Avenida Quinta, la arteria del Centro Histórico de Santa Marta
 
El caos y la podredumbre se apoderan cada día más de este importante tramo de la Ciudad.
 
Por Laura V. Orozco
 
Recorrida la carrera Quinta del punto más histórico de la Ciudad: el centro, se visualizan panoramas recreados por el comercio ambulante de humildes vendedores que cada día piensan en tener que llevar algo a sus casas para la comida del día siguiente. Las aturdidoras bocinas de los carros particulares, las locas motocicletas que zigzaguean en medio del trancón y las pequeñas y grandes busetas del transporte público, que de por sí todas tienen que pasar por allí, son los elementos de este paisaje urbano tan estancado en el progreso.
 

Verdaderamente, se trata de la Avenida Campo Serrano, pero, si se les pregunta a muchos de los habitantes por su nombre real, no sabrán que así se denomina y mucho menos que en honor a José María Campo Serrano, el único presidente samario que ha tenido Colombia, quien además sancionó la Constitución de 1886. Para gran parte de la población, esta arteria, una de las principales de Santa Marta, solo es conocida como la carrera Quinta.
 
La Quinta es una vía muy angosta para ser una avenida, pero atraviesa todas las calles que, desde que se fundó Santa Marta, tienen una historia que contar. Historias que nacieron en grandes casonas coloniales y republicanas deterioradas por el abandono y el tiempo, que fueron albergue de importantísimos personajes no solo de la ciudad, sino de toda Colombia en remotas épocas.
 
Asimismo, en las calles que atraviesa la Avenida Quinta, desde la calle 22 o la Avenida Santa Rita hasta la Avenida del Ferrocarril, emergieron magnas construcciones donde funcionaron colegios, cárceles y el Concejo Municipal, entre otros. Actualmente, en estas calles marchan la alcaldía, la gobernación y regados bancos nacionales.
 
Es una arteria por la que tienen que pasar todos los usuarios del desorganizado transporte público que se montan en las acabadas y oxidadas busetas de quién sabe hace cuántos años y los que tienen el privilegio de usar las “modernas” busetas que esporádicamente se ven en la calle. Sin dejar atrás que para poder llegar a algún punto, por allí deben transitar innecesariamente todos los pasajeros y, además, dar un paseo por toda la ciudad.
 
La avenida no es solo eso, es el centro comercial callejero de los vendedores ambulantes y de los samarios de estrato medio y bajo que les regatean los precios a los comerciantes. Ubicados por todos los andenes, en un infernal hacinamiento que hace que los peatones caminen por donde van los vehículos, de lado y lado se encuentran los humildes mercaderes, con sus vitrinas, estanterías, carritos y demás mostradores, quienes deben pensar todos los días en llevar el sustento para su familia, pero la competencia entre tantos vendedores de los mismos artículos no garantizan el hecho. De igual forma, recuerdan aquellos tiempos cuando la Policía pretendía desalojarlos por ocupar todo el espacio público mientras peleaban su lugar porque, sino, dónde se iban a alojar.
 
Mientras tanto, desde gamines y mujeres de la calle, hasta las personas más decentes de la clase media, concurren los almacenes tanto de aquellas reconocidas marcas donde los precios pueden ser muy altos para ellos, como los remates de aspectos nada agradables que venden todo a mil o a cinco mil pesos, como si todo lo regalaran. La carrera Quinta se rodea de almacenes de ropa, así como puede ser fina, también aquella de puro ‘segundazo’ que no se sabe qué persona la ha usado.  También hay tiendas de calzado, accesorios, joyerías, arreglos de relojes, droguerías, billares, remates, almacenes de cadena, entre muchos otros más.
 
El incesante problema
 
Caminar por la Quinta es tropezarse con innumerables problemas, aquellos que los dirigentes desconocen o, intencionalmente, dejan en el baúl del olvido por no tener que lidiar con otro asunto más de la ciudad. Carros y motocicletas brincan a cada metro porque una zanja de centímetros largos y profundos quiebra el pavimento. Aguas renegridas rebosadas de las alcantarillas a las que no les cabe una gota de pudrición más, son la alfombra de transeúntes que chapalean intentando pasar de una esquina a otra. Peatones mandan sus manos a la nariz para evitar absorber los olores a mortecina y alcantarilla que se expiden desde cada rincón.
 
Busetas y automóviles pitan a diestra y siniestra mientras el semáforo indica que los vehículos deben mantenerse detenidos, un “¡Oye hijueputa!” se escucha en medio de la algarabía y no se distingue por qué: allí es cuando la contaminación auditiva se apodera de la avenida. Las motocicletas, al parecer hijas dignas de la imprudencia, practican movimientos en forma de zigzag, atravesándose a cualquier tipo de vehículo para volarse el semáforo el rojo y adelantarse por la derecha a ver si quizás terminar llevándose por delante a los pasajeros que bajan de las busetas cuando estas no se orillan.
 
Los sentidos humanos son víctimas directas del caos ambiental y de tránsito que perdura en la Quinta. Son apenas las nueve de la mañana y el estrés se apodera de todos, los minutos pasan, completan la media hora y los vehículos solo han avanzado un poco en el trayecto para tratar de salir de allí: esto se convierte en una rutina normal, hasta las siete de la noche, casi todos los días. El tiempo corre y con él viene más desorden y suciedad para la Avenida Quinta, esa arteria del Centro Histórico de Santa Marta que no resiste un problema más.


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