jueves, 27 de noviembre de 2014

Orozco Laura, Crónica sobre un partido de fútbol, un concierto o una tarde en un hospital




Historias de clínica

Salvador, un anciano esperando su salvación

En la Clínica El Prado un anciano de 92 años vive un intenso drama por el padecimiento de una isquemia cerebral luego de haber sido un hombre muy saludable.

Por Laura V. Orozco
 

En una de esas frías habitaciones de la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica de El Prado, Manuel Salvador Acosta Charris, un anciano de 92 años que no le pesaban y tampoco lo achacaban, tiene una dura batalla con la muerte, aunque ya ésta lo está venciendo.

 

Manuel Salvador, quien vive en Aracataca, Magdalena, se levantó de su cama, listo para cumplir con la rutina de un viejo pensionado: tomar café, pasear por toda la casa, ver a los vecinos pasar y saludarlos, hablar por horas con los familiares que lo acompañan, entre otras cosas. Pero justamente, ese martes de noviembre, se añadió a su vida una situación impensada e inesperada, porque su estado de salud, vigoroso y sano, algo raro en personas de su edad, desde hace dos meses no le advertía ningún peligro como el que hoy vive: debatir contra la muerte.

 

Entre tantos temas que venían hablando Salvador, su nuera Liceth Moreno y su hijo, justo el día en que empezó esta batalla, Salvador lanzó una expresión sobre la situación de su cuñada, quien siendo más sana que su propio esposo, hermano de Salvador, repentinamente se acercó a la temerosa muerte. El viejo, lleno de vida dijo: “No joda, está jodida Ruth, ella que anda caminando pa’ allá y pa’ acá, se va a morir primero que Miguel”. La afirmación fue rotunda.

 

Una hora más tarde, con el fogaje que hacía sentir que ya eran las 3:40 de la tarde, el enérgico abuelo empezó a sentir que el rostro se le retorcía. Rodeado de su nuera y su hijo, decía a su nuera “¡Ayúdame, sálvame!” Salvador padeció de una isquemia cerebral, enfermedad que le tiene dormido todo su rostro y no le permite el paso de oxígeno al cerebro.

 

Intranquilos y muy preocupados se dirigieron hasta una clínica de primer nivel, pero la situación precaria del sistema de salud, allí y en todos lados, hizo que los desesperados se remitieran a la clínica El Amparo en Fundación. Uno de sus 16 hijos, Álvaro Acosta, de 52 años, quien trabaja como agricultor, tuvo que abandonar su trabajo para salir corriendo a ver a su padre. Álvaro pensó en correr el riesgo de ir hasta Santa Marta para que le brindaran una mejor atención a su padre.

 

Un obstáculo a su decisión fue poder conseguir una cama en el hospital o la clínica, pues en Colombia este es el paseo de la muerte. Enfermos y moribundos llegan al centro médico pero si no hay cama, no lo pueden atender. “Lo preocupante del sistema de salud es que a una persona de edad, con esa enfermedad y en un seguro de primer nivel, no se le pueda dar la atención que necesita”, manifiesta Álvaro, irritado.

 

Sin más, y pensando que por la edad y las condiciones la atención debería ser prioritaria, con mucha velocidad arrancó la ambulancia que la clínica El Amparo les facilitó a la familia. El joven conductor dejó a un lado su estado de incapacidad para transportar a Manuel Salvador hasta Santa Marta y poder salvarle la vida.

 

En el camino se hizo contacto para conseguir la tan necesitada cama, pero influencias fueron las que sirvieron mucho. Llegaron a Santa Marta y rápidamente y sin ningún inconveniente los recibieron. “Yo pienso que fue por las influencias”, dice Álvaro ahora más tranquilo. Afortunadamente, le prestaron todos los servicios.

 

Ya la noche caía y se hicieron las ocho. Tristes, desconsolados y con mucho miedo, Álvaro y Liceth vieron pasar al pobre viejo a la Unidad de Cuidados Intensivos, hasta ahí lo pudieron acompañar porque las visitas están restringidas, el paciente debe estar totalmente solo.

 

Salvador, inconsciente de lo que sucede, se aproxima a la luz que se encuentra al final del túnel pero se detiene justo en la mitad del camino. Seguro no quiere morir, pues un anciano de tan avanzada edad que se valía por sí mismo y aún su corazón latía por efímeros caprichos enamoradizos, no estaba preparado para una muerte inesperada. Quizás su alegría no había acabado y a su corazón le cabía más amor. Tal vez no había celebrado su cumpleaños como si fuese el último o, de pronto, esperaba parrandear un diciembre más.

 

Este trabajador que realizaba varios oficios en el campo ha dejado un profundo dolor, aún no se ha muerto pero el solo hecho de saber que no era un hombre de enfermarse, que era una persona muy alegre, no tenía problemas mentales, estaba lúcido totalmente e, incluso, vivía enamorado de mujeres de todas las edades después de que quedó viudo, desconcertó a su familia.

 

Su hijo Álvaro lo recuerda como una persona correcta, aunque no era letrado. Les dio a todos sus hijos una educación ejemplar, pues todos salieron muy buenas personas. A pesar de las dificultades, hizo todo por darles lo mejor. “Siempre les enseñó a nosotros sus hijos, los valores, el respeto, el civismo, la urbanidad y la humildad, aunque uno sea pobre”, señala Álvaro.

 

Ahora, el drama se vive en la clínica donde, diariamente y a cada hora, entran y salen accidentados, con los huesos rotos y derramando sangre, personas con extrañas enfermedades dentro de un ambiente deprimente y enfermizo. Salvador, en su estado de inconsciencia, no puede percibir lo que sucede, pues tal vez está dialogando con la muerte para que le dé una oportunidad más.

 

Álvaro y su hermana esperan fuera del lugar donde se encuentra Salvador internado y reciben el parte médico que indicó que el problema es caótico: La isquemia cerebral que inicialmente le afectó parte del cerebro, ahora lo tiene comprometido en casi su totalidad; todo su rostro dejó de responderle. Además, tuvo una complicación gástrica que lo llevó a vomitar y el líquido le penetró los pulmones. Su estado de salud es frágil.

 

Sin compañía, con el miedo de los hijos de que le pase algo a su padre y no puedan darse cuenta porque a cuidados intensivos no pueden ingresar, se encuentra entre la vida y la muerte Manuel Salvador Acosta. Médicos dicen que ya puede morir, pero harán todo lo humano posible para salvarlo. Los familiares lo lloran mientras las enfermeras intentan darles alientos diciéndoles que esa es una dicha de Dios porque él ya tiene 92 años.

 

Los familiares de Salvador, en medio de la angustia y la preocupación porque el celular no ha dejado de timbrar todo el día, guardan la esperanza de poder volver a verlo sano, alegre, compartir con él su próximo cumpleaños como solían hacerlo, verlo parrandear como acostumbraba y escucharlo decir con autonomía “Yo hago con mi dinero lo que yo quiera”.

 

“Si muere, esperamos darle la cristiana sepultura porque esos son designios y hay que aceptarlos”, dice Álvaro, con sus ojos hechos una laguna de llanto. También afirma que este 31 de diciembre sin él sería horrible porque siempre acostumbraban a celebrar con su cumpleaños.

 

Estas son historias de clínica, muchos afortunados de haber vencido a la muerte, otros batallando al final del túnel como Salvador y, definitivamente, algunos que por desgracia para sus familias perdieron sus fuerzas para seguir caminando en esta vida.

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