Historias de clínica
Salvador, un anciano
esperando su salvación
En la Clínica El
Prado un anciano de 92 años vive un intenso drama por el padecimiento de una
isquemia cerebral luego de haber sido un hombre muy saludable.
Por
Laura V. Orozco
En
una de esas frías habitaciones de la Unidad de Cuidados Intensivos de la
Clínica de El Prado, Manuel Salvador Acosta Charris, un anciano de 92 años que no
le pesaban y tampoco lo achacaban, tiene una dura batalla con la muerte, aunque
ya ésta lo está venciendo.
Manuel
Salvador, quien vive en Aracataca, Magdalena, se levantó de su cama, listo para
cumplir con la rutina de un viejo pensionado: tomar café, pasear por toda la
casa, ver a los vecinos pasar y saludarlos, hablar por horas con los familiares
que lo acompañan, entre otras cosas. Pero justamente, ese martes de noviembre,
se añadió a su vida una situación impensada e inesperada, porque su estado de
salud, vigoroso y sano, algo raro en personas de su edad, desde hace dos meses
no le advertía ningún peligro como el que hoy vive: debatir contra la muerte.
Entre
tantos temas que venían hablando Salvador, su nuera Liceth Moreno y su hijo,
justo el día en que empezó esta batalla, Salvador lanzó una expresión sobre la
situación de su cuñada, quien siendo más sana que su propio esposo, hermano de
Salvador, repentinamente se acercó a la temerosa muerte. El viejo, lleno de
vida dijo: “No joda, está jodida Ruth, ella que anda caminando pa’ allá y pa’
acá, se va a morir primero que Miguel”. La afirmación fue rotunda.
Una
hora más tarde, con el fogaje que hacía sentir que ya eran las 3:40 de la
tarde, el enérgico abuelo empezó a sentir que el rostro se le retorcía. Rodeado
de su nuera y su hijo, decía a su nuera “¡Ayúdame, sálvame!” Salvador padeció
de una isquemia cerebral, enfermedad que le tiene dormido todo su rostro y no
le permite el paso de oxígeno al cerebro.
Intranquilos
y muy preocupados se dirigieron hasta una clínica de primer nivel, pero la
situación precaria del sistema de salud, allí y en todos lados, hizo que los
desesperados se remitieran a la clínica El Amparo en Fundación. Uno de sus 16
hijos, Álvaro Acosta, de 52 años, quien trabaja como agricultor, tuvo que
abandonar su trabajo para salir corriendo a ver a su padre. Álvaro pensó en
correr el riesgo de ir hasta Santa Marta para que le brindaran una mejor
atención a su padre.
Un
obstáculo a su decisión fue poder conseguir una cama en el hospital o la
clínica, pues en Colombia este es el paseo de la muerte. Enfermos y moribundos
llegan al centro médico pero si no hay cama, no lo pueden atender. “Lo
preocupante del sistema de salud es que a una persona de edad, con esa
enfermedad y en un seguro de primer nivel, no se le pueda dar la atención que
necesita”, manifiesta Álvaro, irritado.
Sin
más, y pensando que por la edad y las condiciones la atención debería ser prioritaria,
con mucha velocidad arrancó la ambulancia que la clínica El Amparo les facilitó
a la familia. El joven conductor dejó a un lado su estado de incapacidad para
transportar a Manuel Salvador hasta Santa Marta y poder salvarle la vida.
En
el camino se hizo contacto para conseguir la tan necesitada cama, pero influencias
fueron las que sirvieron mucho. Llegaron a Santa Marta y rápidamente y sin
ningún inconveniente los recibieron. “Yo pienso que fue por las influencias”,
dice Álvaro ahora más tranquilo. Afortunadamente, le prestaron todos los
servicios.
Ya
la noche caía y se hicieron las ocho. Tristes, desconsolados y con mucho miedo,
Álvaro y Liceth vieron pasar al pobre viejo a la Unidad de Cuidados Intensivos,
hasta ahí lo pudieron acompañar porque las visitas están restringidas, el
paciente debe estar totalmente solo.
Salvador,
inconsciente de lo que sucede, se aproxima a la luz que se encuentra al final
del túnel pero se detiene justo en la mitad del camino. Seguro no quiere morir,
pues un anciano de tan avanzada edad que se valía por sí mismo y aún su corazón
latía por efímeros caprichos enamoradizos, no estaba preparado para una muerte
inesperada. Quizás su alegría no había acabado y a su corazón le cabía más
amor. Tal vez no había celebrado su cumpleaños como si fuese el último o, de
pronto, esperaba parrandear un diciembre más.
Este
trabajador que realizaba varios oficios en el campo ha dejado un profundo
dolor, aún no se ha muerto pero el solo hecho de saber que no era un hombre de
enfermarse, que era una persona muy alegre, no tenía problemas mentales, estaba
lúcido totalmente e, incluso, vivía enamorado de mujeres de todas las edades
después de que quedó viudo, desconcertó a su familia.
Su
hijo Álvaro lo recuerda como una persona correcta, aunque no era letrado. Les
dio a todos sus hijos una educación ejemplar, pues todos salieron muy buenas
personas. A pesar de las dificultades, hizo todo por darles lo mejor. “Siempre
les enseñó a nosotros sus hijos, los valores, el respeto, el civismo, la
urbanidad y la humildad, aunque uno sea pobre”, señala Álvaro.
Ahora,
el drama se vive en la clínica donde, diariamente y a cada hora, entran y salen
accidentados, con los huesos rotos y derramando sangre, personas con extrañas
enfermedades dentro de un ambiente deprimente y enfermizo. Salvador, en su
estado de inconsciencia, no puede percibir lo que sucede, pues tal vez está
dialogando con la muerte para que le dé una oportunidad más.
Álvaro
y su hermana esperan fuera del lugar donde se encuentra Salvador internado y
reciben el parte médico que indicó que el problema es caótico: La isquemia
cerebral que inicialmente le afectó parte del cerebro, ahora lo tiene comprometido
en casi su totalidad; todo su rostro dejó de responderle. Además, tuvo una
complicación gástrica que lo llevó a vomitar y el líquido le penetró los
pulmones. Su estado de salud es frágil.
Sin
compañía, con el miedo de los hijos de que le pase algo a su padre y no puedan
darse cuenta porque a cuidados intensivos no pueden ingresar, se encuentra
entre la vida y la muerte Manuel Salvador Acosta. Médicos dicen que ya puede
morir, pero harán todo lo humano posible para salvarlo. Los familiares lo
lloran mientras las enfermeras intentan darles alientos diciéndoles que esa es
una dicha de Dios porque él ya tiene 92 años.
Los
familiares de Salvador, en medio de la angustia y la preocupación porque el
celular no ha dejado de timbrar todo el día, guardan la esperanza de poder
volver a verlo sano, alegre, compartir con él su próximo cumpleaños como solían
hacerlo, verlo parrandear como acostumbraba y escucharlo decir con autonomía
“Yo hago con mi dinero lo que yo quiera”.
“Si
muere, esperamos darle la cristiana sepultura porque esos son designios y hay
que aceptarlos”, dice Álvaro, con sus ojos hechos una laguna de llanto. También
afirma que este 31 de diciembre sin él sería horrible porque siempre
acostumbraban a celebrar con su cumpleaños.
Estas
son historias de clínica, muchos afortunados de haber vencido a la muerte,
otros batallando al final del túnel como Salvador y, definitivamente, algunos
que por desgracia para sus familias perdieron sus fuerzas para seguir caminando
en esta vida.
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