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El ‘murciélago’ de
los clavados
Por
Laura V. Orozco
Como
Orlando Duque, en el puente Micono de uno de los balnearios más visitados de
Santa Marta: El Rodadero, se encuentra un arriesgado clavadista, pero sin fama
y sin dinero, que diariamente se prepara para ser el centro de atracción con
sus impactantes saltos.
Nuevamente
y con mucho cuidado, Kevin Rafael Márquez Martínez hace, quizás, su lanzamiento
número veinte del día, mientras turistas y nativos pasan por el lugar en el
ambiente de un día festivo. Como motivación, este maicaero a quien sus
compañeros apodan ‘El Guajiro’, pide convincentemente mil pesos por hacerse el
salto del murciélago.
Así
como ‘el murciélago’, experimenta muchas hazañas, pero la más riesgosa es el
salto mortal, asevera Kevin. Como si supiese de técnicas, con elegancia y
estética se sube a la plataforma, un puente de madera elevado a cinco metros bastante
mojado con agua salobre y dulce, porque se trata de la desembocadura del lago
de La Escollera en el mar de El Rodadero.
Su
cita con los clavados se vuelve una ocupación habitual. Para Kevin es una
actividad de recreación, aunque también lo hace por dinero. Así se ocupa este
joven de 19 años, que no hace más que peripecias diariamente. Con lo que recoge
compra tabacos de su medicina natural: la marihuana.
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Tiene
espíritu aventurero. Sus andanzas como barrista, quien con amor apoya a su
equipo del alma, el Unión Magdalena, no parecen dar la talla a lo que hace con
los clavados. La firmeza de sus músculos, más aún de sus brazos, donde tiene
tatuado el escudo del Ciclón Bananero, demuestra el ahínco con que hace lo que
lo entretiene.
Es
un espectáculo. La perspicacia de Kevin no se deja engañar. Este moreno, pide
con anticipación el dinero que los espectadores aceptan pagar por ver maniobras
limpias y practicadas como si se tratase de un experto en lanzamientos. Delgado
pero decidido, se apodera de lo suyo y con seguridad va maquinando su
ejecución. Por supuesto, un toque de marihuana le da la tranquilidad que
necesita, dice Kevin.
Guardando
otra moneda más en una bolsita plástica, observa con atención desde qué punto
hará su salto. Se relaja simultáneamente montándose a las barandas y se pone en
posición del Cristo Redentor. Mira hacia abajo con su cuerpo erguido y piensa
en lo peligroso que es lo que va a hacer, ya que la profundidad no es suficiente
y podría terminar como varios que han intentado hacerlo, desnucados o sin vida.
Llegó el momento de su salto, doblado a la cintura deslumbra a todos. Ya cayó
al agua.
Después,
en medio de la conmoción y sorpresa que causa en el público por el esplendor de
la escena, no cansado con haber efectuado un salto tan peligroso, este moreno de
nariz fileña y 1.70 de estatura, pretende seguir exhibiendo el talento que
podría llevarlo al éxito si contase con la suerte de ser apadrinado. Los
clavados son su pasatiempo, una forma de entretenerse y elevarse a un espacio
de armonía. Sigue intentándolo, mientras con su acento callejero dice con
emoción ¡Mil pesos y me hago la mortal!
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