jueves, 20 de noviembre de 2014

Orozco Laura Crónica de El Rodadero


El ‘murciélago’ de los clavados
 
Por Laura V. Orozco

Como Orlando Duque, en el puente Micono de uno de los balnearios más visitados de Santa Marta: El Rodadero, se encuentra un arriesgado clavadista, pero sin fama y sin dinero, que diariamente se prepara para ser el centro de atracción con sus impactantes saltos.

Nuevamente y con mucho cuidado, Kevin Rafael Márquez Martínez hace, quizás, su lanzamiento número veinte del día, mientras turistas y nativos pasan por el lugar en el ambiente de un día festivo. Como motivación, este maicaero a quien sus compañeros apodan ‘El Guajiro’, pide convincentemente mil pesos por hacerse el salto del murciélago.

Así como ‘el murciélago’, experimenta muchas hazañas, pero la más riesgosa es el salto mortal, asevera Kevin. Como si supiese de técnicas, con elegancia y estética se sube a la plataforma, un puente de madera elevado a cinco metros bastante mojado con agua salobre y dulce, porque se trata de la desembocadura del lago de La Escollera en el mar de El Rodadero.

Su cita con los clavados se vuelve una ocupación habitual. Para Kevin es una actividad de recreación, aunque también lo hace por dinero. Así se ocupa este joven de 19 años, que no hace más que peripecias diariamente. Con lo que recoge compra tabacos de su medicina natural: la marihuana.

Esta profesión, que requiere de mucha dedicación y entrenamiento, para él resulta ser algo fácil, tanto que sus siete meses de destreza lo han hecho lograr atrevidas hazañas que deleitan a numerosos visitantes de este atractivo turístico.

Tiene espíritu aventurero. Sus andanzas como barrista, quien con amor apoya a su equipo del alma, el Unión Magdalena, no parecen dar la talla a lo que hace con los clavados. La firmeza de sus músculos, más aún de sus brazos, donde tiene tatuado el escudo del Ciclón Bananero, demuestra el ahínco con que hace lo que lo entretiene.

Es un espectáculo. La perspicacia de Kevin no se deja engañar. Este moreno, pide con anticipación el dinero que los espectadores aceptan pagar por ver maniobras limpias y practicadas como si se tratase de un experto en lanzamientos. Delgado pero decidido, se apodera de lo suyo y con seguridad va maquinando su ejecución. Por supuesto, un toque de marihuana le da la tranquilidad que necesita, dice Kevin.
 
Guardando otra moneda más en una bolsita plástica, observa con atención desde qué punto hará su salto. Se relaja simultáneamente montándose a las barandas y se pone en posición del Cristo Redentor. Mira hacia abajo con su cuerpo erguido y piensa en lo peligroso que es lo que va a hacer, ya que la profundidad no es suficiente y podría terminar como varios que han intentado hacerlo, desnucados o sin vida. Llegó el momento de su salto, doblado a la cintura deslumbra a todos. Ya cayó al agua.

Después, en medio de la conmoción y sorpresa que causa en el público por el esplendor de la escena, no cansado con haber efectuado un salto tan peligroso, este moreno de nariz fileña y 1.70 de estatura, pretende seguir exhibiendo el talento que podría llevarlo al éxito si contase con la suerte de ser apadrinado. Los clavados son su pasatiempo, una forma de entretenerse y elevarse a un espacio de armonía. Sigue intentándolo, mientras con su acento callejero dice con emoción ¡Mil pesos y me hago la mortal!

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