jueves, 27 de noviembre de 2014

Musso Jairo, Crónica de El Rodadero


La pesca milagrosa

Buscando la salida de ese hermoso horizonte azul.

Por: Jairo Musso

Era un día muy soleado de poca brisa y mucho calor, el mar se veía muy tranquilo y todos estaban alistando las lanchas para salir a trabajar. Así lo recuerda Libardo Caro, un joven pescador de 25 años, residente de Taganga en Santa Marta,  padre de dos niños, Luzcari de cuatro años de edad y Libardo de nueve meses de edad, esposo de Liliana Parra, una joven de 18 años de edad, madre de los dos niños y ama de casa.

Ese día Libardo necesitaba con urgencia ir a pescar a mar adentro, tenía una situación difícil en su hogar; pues, su hijo menor estaba sufriendo una infección en la boca que no le permitía alimentarse y por esto cayó en  desnutrición.  Tantos problemas  solo lo hacían desear estar en el agua. Alistó su lancha, empacó los víveres y zarpó sólo.

No era la primera vez que se iba de pesca solitario. Su compañero era muy fiestero y casi siempre estaba con guayabo e indispuesto para trabajar, pues no tenía responsabilidades, era un muchacho de 22  años de edad, sin hijos y vivía con su madre. Libardo hacía su recorrido tranquilo, el mar estaba calmado. Escuchando música en su celular decidió ir esta vez un poco más lejos, había escuchado a un viejo pescador decir que por esos lares los peces eran más grandes y de a montones.

Cuando por fin llegó, ansioso empezó a acomodar las mantas o redes de pesca. Notó que en ese horizonte azul se veía una gran nube negra, tuvo fe de que el clima seguiría igual y que si iba a llover, iba a suceder muy lejos. Luego de terminar, cansado se acostó en la lancha a pensar en su familia, en las poquitas cosas que tenía, dos camas, un televisor, una estufa, un closet y ya. Tenía como pasatiempo pensar en todo lo que haría si se ganara el baloto para no sentir la soledad ni el trabajo pesado.

En medio de sus pensamientos e ilusiones, pasó lo que el temía que pasar: Una gota de agua de lluvia le cayó en la cara, dándole aviso de la tormenta que en poco tiempo llegaría. El mar seguía tranquilo, “eran solo unas goticas, nada de qué preocuparse”, pensaba Libardo. De una vez empezó a poner el plástico alrededor de la lancha. Eran las seis de la tarde, ya estaba oscureciendo, de un lado el sol se escondía y del otro la luna ya salía, las gotas caían cada vez más rápido pero el mar seguía tranquilo.

Libardo empezó a sentir frio, se preparó unos sánduches, se tomó un jugo hit, se arropó con una sábana gruesa y se puso a esperar, pues a las ocho de la noche tenía que darle una vuelta a las redes antes de irse a dormir.

Cuenta que no sabe en qué momento se quedó dormido y el fuerte aguacero fue el que lo despertó. A las diez de la noche muy nervioso corría de un lado para el otro, era necesario que recogiera las redes, al paso que iba la fuerte lluvia las iba a terminar arrastrando e iba a perderlo todo. Se tiró al agua y a toda prisa empezó a recoger las mantas, con pocos y pequeños peces. No le importaba nada, sólo quería recoger sus redes y moverse hacia la orilla.

Cuando terminó de recoger sus redes, la situación empeoró, fuertes olas azotaban la lancha y el apuro le había dejado un gran cansancio, encendió el motor y se movió,  el aguacero rápidamente empeoró y una ola gigante lo golpeó tan fuerte que lo sacó de la lancha y lo dejó inconsciente por lo menos unos dos minutos. Libardo reaccionó y vio que el mar lo ha llevado ya muy lejos de la lancha, los nervios se apoderaron de él e intenta desesperadamente nadar hacia ella. Tiempo perdido, las olas no lo dejaban.

Del cansancio y la desesperación ya temía mucho por su vida, no quería dejar a su familia sola y menos en esas condiciones, se calmó y flotó de espaldas con los zapatos puestos, tenía ropa oscura gracias a eso no tenía miedo de los animales que en esa zona estaban, como tiburones, barracudas, entre otros. La espera de la calma le tomó cuatro horas, hasta que al fin la tormenta había terminado, veía a lo lejos su lancha y poco a poco fue moviéndose en su dirección, una corriente marítima lo ayudaba.

Pensaba en todo, rezaba a Dios que le diera fuerzas para para sobrevivir y poder reírse más delante de todo esto que le estaba pasando. A las cuatro de la mañana ya veía la lancha a pocos metros, con las pocas fuerzas que le quedaban nadó hacía ella, pidiéndole fuerzas a sus hijos y dándose apoyo mental, logró alcanzarla. Cuando se subió en ella, empezó a llorar y a reírse, había vuelto a nacer.

Al volver, pescó poco, pero estaba con vida. Llegó a la bahía y no habló con nadie, sólo quería ir a su casa a abrazar a su familia. Un 12 de marzo, fecha que Libardo nunca va a olvidar, su vida cambió, no volvió a pescar sólo. Todos los días le da gracias a Dios por todo, y sonríe por lograr superar esas situaciones que casi acaban con su vida.

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