La pesca milagrosa
Buscando
la salida de ese hermoso horizonte azul.
Por:
Jairo Musso
Era
un día muy soleado de poca brisa y mucho calor, el mar se veía muy tranquilo y
todos estaban alistando las lanchas para salir a trabajar. Así lo recuerda Libardo
Caro, un joven pescador de 25 años, residente de Taganga en Santa Marta, padre de dos niños, Luzcari de cuatro años de
edad y Libardo de nueve meses de edad, esposo de Liliana Parra, una joven de 18
años de edad, madre de los dos niños y ama de casa.
Ese día
Libardo necesitaba con urgencia ir a pescar a mar adentro, tenía una situación
difícil en su hogar; pues, su hijo menor estaba sufriendo una infección en la
boca que no le permitía alimentarse y por esto cayó en desnutrición.
Tantos problemas solo lo hacían
desear estar en el agua. Alistó su lancha, empacó los víveres y zarpó sólo.
No
era la primera vez que se iba de pesca solitario. Su compañero era muy fiestero
y casi siempre estaba con guayabo e indispuesto para trabajar, pues no tenía
responsabilidades, era un muchacho de 22
años de edad, sin hijos y vivía con su madre. Libardo hacía su recorrido
tranquilo, el mar estaba calmado. Escuchando música en su celular decidió ir
esta vez un poco más lejos, había escuchado a un viejo pescador decir que por
esos lares los peces eran más grandes y de a montones.
Cuando
por fin llegó, ansioso empezó a acomodar las mantas o redes de pesca. Notó que
en ese horizonte azul se veía una gran nube negra, tuvo fe de que el clima
seguiría igual y que si iba a llover, iba a suceder muy lejos. Luego de terminar,
cansado se acostó en la lancha a pensar en su familia, en las poquitas cosas
que tenía, dos camas, un televisor, una estufa, un closet y ya. Tenía como
pasatiempo pensar en todo lo que haría si se ganara el baloto para no sentir la
soledad ni el trabajo pesado.
En
medio de sus pensamientos e ilusiones, pasó lo que el temía que pasar: Una gota
de agua de lluvia le cayó en la cara, dándole aviso de la tormenta que en poco
tiempo llegaría. El mar seguía tranquilo, “eran solo unas goticas, nada de qué
preocuparse”, pensaba Libardo. De una vez empezó a poner el plástico alrededor de
la lancha. Eran las seis de la tarde, ya estaba oscureciendo, de un lado el sol
se escondía y del otro la luna ya salía, las gotas caían cada vez más rápido
pero el mar seguía tranquilo.
Libardo
empezó a sentir frio, se preparó unos sánduches, se tomó un jugo hit, se arropó
con una sábana gruesa y se puso a esperar, pues a las ocho de la noche tenía
que darle una vuelta a las redes antes de irse a dormir.
Cuenta
que no sabe en qué momento se quedó dormido y el fuerte aguacero fue el que lo
despertó. A las diez de la noche muy nervioso corría de un lado para el otro,
era necesario que recogiera las redes, al paso que iba la fuerte lluvia las iba
a terminar arrastrando e iba a perderlo todo. Se tiró al agua y a toda prisa
empezó a recoger las mantas, con pocos y pequeños peces. No le importaba nada,
sólo quería recoger sus redes y moverse hacia la orilla.
Cuando
terminó de recoger sus redes, la situación empeoró, fuertes olas azotaban la
lancha y el apuro le había dejado un gran cansancio, encendió el motor y se
movió, el aguacero rápidamente empeoró y
una ola gigante lo golpeó tan fuerte que lo sacó de la lancha y lo dejó
inconsciente por lo menos unos dos minutos. Libardo reaccionó y vio que el mar
lo ha llevado ya muy lejos de la lancha, los nervios se apoderaron de él e
intenta desesperadamente nadar hacia ella. Tiempo perdido, las olas no lo
dejaban.
Del
cansancio y la desesperación ya temía mucho por su vida, no quería dejar a su
familia sola y menos en esas condiciones, se calmó y flotó de espaldas con los
zapatos puestos, tenía ropa oscura gracias a eso no tenía miedo de los animales
que en esa zona estaban, como tiburones, barracudas, entre otros. La espera de
la calma le tomó cuatro horas, hasta que al fin la tormenta había terminado,
veía a lo lejos su lancha y poco a poco fue moviéndose en su dirección, una
corriente marítima lo ayudaba.
Pensaba
en todo, rezaba a Dios que le diera fuerzas para para sobrevivir y poder reírse
más delante de todo esto que le estaba pasando. A las cuatro de la mañana ya
veía la lancha a pocos metros, con las pocas fuerzas que le quedaban nadó hacía
ella, pidiéndole fuerzas a sus hijos y dándose apoyo mental, logró alcanzarla.
Cuando se subió en ella, empezó a llorar y a reírse, había vuelto a nacer.
Al
volver, pescó poco, pero estaba con vida. Llegó a la bahía y no habló con
nadie, sólo quería ir a su casa a abrazar a su familia. Un 12 de marzo, fecha
que Libardo nunca va a olvidar, su vida cambió, no volvió a pescar sólo. Todos
los días le da gracias a Dios por todo, y sonríe por lograr superar esas
situaciones que casi acaban con su vida.
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