lunes, 24 de noviembre de 2014

Suárez Andrea, Crónica de El Rodadero


 ‘El Chuli’, entre la indigencia y el mar

Por: Andrea Suárez Burgos

Cobijado por la indiferencia de las personas, por el desdén de sus padres y de su familia, hoy ‘el Chuli” se encuentra cubierto por un ocaso matizado con colores amarillos, dorados y naranjas que se presencia frente a la inmensidad del mar en El Rodadero.  “Ando rodando por El Rodadero, aquí la vida es más sabrosa” dice.

Entre el tremolar de personas que habitan y visitan este lugar reconocido nacional e internacionalmente como centro turístico, ‘el Chuli’ deslumbra y cautiva por su ingenuidad y a la vez audacia a aquellos que logran ver en él una persona especial, más allá de sus trapos viejos y sucios.

La vida lo ha convertido en un ser independiente, sin dirección ni rumbo fijo, a pesar de tener 13 años de edad ha vivido situaciones y conoce cosas que ni por fantasía, algunos adultos alcanzarían a conocer. Habla con desparpajo de sus travesuras y con sus ojos miel, resaltados por su oscura piel, su estatura pequeña, su contextura gruesa y sus cachetes prominentes ha sensibilizado el corazón de toda persona que le ha dado alguna limosna durante las aventuras que emprende desde hace un mes en la mágica y calurosa Santa Marta.

En mula desde Valledupar, después de 17 horas, llegó al Rodadero. “Yo conocía las playas que hay por Barranquilla pero sabía que aquí, iba a encontrar algo bellísimo, un sueño es bañarme todos los días en mar”, expresa ‘el Chuli’ con acento costeño mezclado con un marcado paisa, pues sus padres, a quienes decidió abandonar por el maltrato físico que recibía,  son de Medellín.

Ha subsistido 32 días en una ciudad desconocida, pero que por su cuenta se ha encargado de conocer. Todos los días y como pueda visita un barrio nuevo, ha caminado y ha nadado en la Bahía más linda de América.
No todos esos 32 días se ha alimentado como lo requiere un niño de su edad, los días que sus papilas degustan un bocado de comida han sido por la caridad y compasión de los transeúntes, quienes le regalan sobras o le dan unas cuentas monedas. La policía no le facilita su travesía por las calles.

De ladrón fue acusado, una tarde en un restaurante y una noche mientras dormía plácidamente, amenizado por el sonido de las tranquilas olas, sintió el ardor propio que causa el gas pimienta en sus ojos. Esa es una las variadas tácticas policiales para dispersar a los indigentes de los lugares públicos.

Detrás de esa ternura que brota de su mirada profunda, curiosa y lejana, hay vacíos que han marcado su destino, y que hoy por hoy lo tienen durmiendo a las afueras de una droguería sobre un cartón. Todas las noches es roseado por el frígido viento del mar y cada amanecer abre sus ojos por la activa circulación de personas en las calles de El Rodadero desde muy temprano.

Las heridas las lleva tanto por dentro como en su piel. En su pierna derecha porta con orgullo un tatuaje del escudo del Unión Magdalena y en la parte inferior de este, una cicatriz producto de una apuñalada por parte de hinchas junioristas. Él a pesar de ser oriundo de Barranquilla, es admirador número uno y prefiere todas las riquezas samarias, incluso su fútbol.

‘El Chuli’ se rebusca y “camella” todos los días solo y como pueda, su herida más honda es el vacío afectivo que lo tiene convertido en un indigente mas, la indiferencia casi absoluta de las miles de personas que pasan por encima de él, la desprotección de su familia y del mismo Estado, que ignora la historia de todas esas personas que son vistas como seres invisibles e insignificantes para la sociedad.
Pero ‘el Chuli’ encuentra su tranquilidad frente a la playa, estremecido por una fuerte brisa y con los ojos iluminados por el resplandeciente sol apunto de esconderse entre las naranjas nubes. “Yo todos los días pienso en mi próximo destino, porque aventurero soy, pero también todos los días me baño en esta playa y eso es algo que me confunde”, expresa.

Hay razones para vaticinar que por las calles de El Rodadero, por mucho tiempo, ‘el Chuli’ rodará.

 

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