‘El Chuli’, entre la indigencia y el mar
Por:
Andrea Suárez Burgos
Cobijado
por la indiferencia de las personas, por el desdén de sus padres y de su
familia, hoy ‘el Chuli” se encuentra cubierto por un ocaso matizado con colores
amarillos, dorados y naranjas que se presencia frente a la inmensidad del mar en
El Rodadero. “Ando rodando por El
Rodadero, aquí la vida es más sabrosa” dice.
Entre
el tremolar de personas que habitan y visitan este lugar reconocido nacional e
internacionalmente como centro turístico, ‘el Chuli’ deslumbra y cautiva por su
ingenuidad y a la vez audacia a aquellos que logran ver en él una persona
especial, más allá de sus trapos viejos y sucios.
La
vida lo ha convertido en un ser independiente, sin dirección ni rumbo fijo, a
pesar de tener 13 años de edad ha vivido situaciones y conoce cosas que ni por
fantasía, algunos adultos alcanzarían a conocer. Habla con desparpajo de sus
travesuras y con sus ojos miel, resaltados por su oscura piel, su estatura pequeña,
su contextura gruesa y sus cachetes prominentes ha sensibilizado el corazón de
toda persona que le ha dado alguna limosna durante las aventuras que emprende
desde hace un mes en la mágica y calurosa Santa Marta.
En
mula desde Valledupar, después de 17 horas, llegó al Rodadero. “Yo conocía las
playas que hay por Barranquilla pero sabía que aquí, iba a encontrar algo
bellísimo, un sueño es bañarme todos los días en mar”, expresa ‘el Chuli’ con acento
costeño mezclado con un marcado paisa, pues sus padres, a quienes decidió
abandonar por el maltrato físico que recibía, son de Medellín.
Ha
subsistido 32 días en una ciudad desconocida, pero que por su cuenta se ha
encargado de conocer. Todos los días y como pueda visita un barrio nuevo, ha
caminado y ha nadado en la Bahía más linda de América.
No
todos esos 32 días se ha alimentado como lo requiere un niño de su edad, los
días que sus papilas degustan un bocado de comida han sido por la caridad y compasión
de los transeúntes, quienes le regalan sobras o le dan unas cuentas monedas. La
policía no le facilita su travesía por las calles.
De
ladrón fue acusado, una tarde en un restaurante y una noche mientras dormía
plácidamente, amenizado por el sonido de las tranquilas olas, sintió el ardor
propio que causa el gas pimienta en sus ojos. Esa es una las variadas tácticas
policiales para dispersar a los indigentes de los lugares públicos.
Detrás
de esa ternura que brota de su mirada profunda, curiosa y lejana, hay vacíos
que han marcado su destino, y que hoy por hoy lo tienen durmiendo a las afueras
de una droguería sobre un cartón. Todas las noches es roseado por el frígido
viento del mar y cada amanecer abre sus ojos por la activa circulación de
personas en las calles de El Rodadero desde muy temprano.
Las
heridas las lleva tanto por dentro como en su piel. En su pierna derecha porta
con orgullo un tatuaje del escudo del Unión Magdalena y en la parte inferior de
este, una cicatriz producto de una apuñalada por parte de hinchas junioristas.
Él a pesar de ser oriundo de Barranquilla, es admirador número uno y prefiere todas
las riquezas samarias, incluso su fútbol.
‘El
Chuli’ se rebusca y “camella” todos los días solo y como pueda, su herida más
honda es el vacío afectivo que lo tiene convertido en un indigente mas, la
indiferencia casi absoluta de las miles de personas que pasan por encima de él,
la desprotección de su familia y del mismo Estado, que ignora la historia de
todas esas personas que son vistas como seres invisibles e insignificantes para
la sociedad.
Pero
‘el Chuli’ encuentra su tranquilidad frente a la playa, estremecido por una fuerte
brisa y con los ojos iluminados por el resplandeciente sol apunto de esconderse
entre las naranjas nubes. “Yo todos los días pienso en mi próximo destino,
porque aventurero soy, pero también todos los días me baño en esta playa y eso
es algo que me confunde”, expresa.
Hay
razones para vaticinar que por las calles de El Rodadero, por mucho tiempo, ‘el
Chuli’ rodará.
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