jueves, 20 de noviembre de 2014

Ortiz Olga, Crónica sobre una calle

Los días en Quintas de Colón
Por: Olga Ortiz Barón
Cada mañana se hace el cambio de turno entre dos celadores como es usual en el conjunto Quintas de Colón, el sol cae bajo las ramas de aproximadamente 15 árboles de mango ubicados casi de manera simétrica al pie de la acera de cada una de las 26 casas que se sitúan en esta calle.
Esta es una agrupación de casas que particularmente no se encuentran dentro de un circuito cerrado de viviendas, están todas ubicadas sobre una parte de la calle 23, cerca de una de las avenidas principales de Santa Marta, la avenida Santa Rita hace ya casi 10 años.
Una calle algo angosta la cual a duras penas le queda espacio para que en ella se parqueen carros, pero a sus habitantes les es de mucha ayuda que en sus casas algunos puedan utilizar su terraza de garaje.
Hay 26 casas, ubicadas respectivamente en partes iguales de lado a lado en  esta calle. 26 casas blancas, medianamente amplias, tanto en su exterior como en su interior, con techos en ladrillo y balcones de color gris que le dan un toque de uniformidad.
José Martínez, el celador que entra en turno en la mañana no tiene una cabina ni un techo bajo el cual pasar su tiempo de vigilancia, solo una solitaria silla de plástico que el mismo ubica diariamente bajo el palo de mango de la casa número 1; con periódico en mano y un tinto matutino bien cargado que caritativamente le regala la señora del servicio de la casa en donde se encuentra sentado.
Alrededor de las 8 de la mañana es la hora de entrada de cada una de las señoras que se dedican a la actividad domestica de la mayoría de las casas, pasan por al lado del celador y lo saludan con un gesto de amabilidad dirigiéndose a su respectivo lugar de trabajo.
En lo que transcurre  la mañana, bajo el sol radiante, se aprecia la tranquilidad de un barrio común, algunos de sus habitantes salen  trabajar y en algunas de las casas quedan las señoras del servicio barriendo las terrazas, levantando el polvo que quedó de la noche anterior, acomodando mecedoras y hasta hablando entre ellas de lo que pasará esta tarde en las novelas del canal nacional.
Un gran charco de agua estancada en frente de la casa 26 siempre decora la entrada de la misma, lo que hace que su dueña, Dilia Arias, enloquezca cada mañana gritando al salir “me hacen el favor y me quitan el Río Manzanares del frente de mi casa”.
A partir de allí el resto de la alborada transcurre tranquila y cuando llega el medio día se ven pasar al menos 5 buses de transporte escolar diferentes que dejan en sus casas a los niños que llegan  luego de una jornada escolar matutina. Siempre alrededor de la 1 de la tarde llega el gran Sebastián Agudelo, un niño perspicaz de 5 años que apenas aparece le grita al celador desde la ventana de su transporte “Jose, ¿todo bien?”.
Al pasar la tarde, todos los niños de la cuadra salen a divertirse, en especial un grupo de 5 niños que convierten la calle del conjunto en el mismísimo Maracaná, pateando un balón de fútbol, invierten su tarde jugando partidos y anotando goles como si nada más en el mundo importara en ese momento.
En una de las casas viven dos señoras de aproximadamente 70 años que todas las tardes salen a sentarse en unas mecedoras ubicadas en sus terrazas, a protagonizar una tertulia diaria donde los temas de conversación varían constantemente que dura hasta que cae el sol, y que además saludan a todo aquel que pase frente a su casa.
Al caer la noche, después de que todos los niños y niñas  juegan al futbol, a las muñecas y las escondidas se entran a sus casas, las señoras del servicio se devuelven a sus hogares, y el celador cambia de turno para que en manos de Luis Carrillo se vele la seguridad de la calle de Quintas de Colón al anochecer.

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