La
fe mueve su vida
Lola Rojas, historia labrada
con obstáculos
Por
Luisa Fernanda García Silva
Teodora Rojas Villamizar
Criada en el campo, con las
labores fuertes a las que están expuestas diariamente estas personas, aprendió
las costumbres que debe tener la mujer como levantarse temprano y dormir tarde,
lavar, cocinar, moler el maíz, ordeñar las vacas, entre otras. Una vida que
también fue influenciada por el desplazamiento producido por la guerrilla, es
por esto, que debieron abandonar su finca para huir de la violencia, para
proteger su vida y la de su familia.
Teodora
Rojas Villamizar, llamada ‘Lola’ por sus seres queridos y conocidos, santandereana
de pura cepa y con el característico temperamento fuerte, pero en el fondo
llena de ternura y 72 años llenos de experiencia. De una piel marchita por los
años, difíciles pero bien vividos, de manos finas pero donde los años han
dejado marcas y sus caminos azules están bien definidos, ojos pequeños pero con
un brillo único que siempre destellan felicidad, cabello que refleja la
experiencia adquirida, con finos labios rosa, cuerpo delgado pero lleno de
fuerza, con una memoria que trae nostalgia a su vida pero, a fin de cuentas, todo
la define, todo es Lola.
En
un municipio del Norte de Santander, más conocido como Cáchira, oculto por la
hermosa flora y fauna característica de nuestro país, nació Teodora Rojas el
martes 15 de septiembre de 1942, la quinta de sus 11 hermanos.
Al
pasar algunos años, tuvo que marcharse de estas tierras inimaginables y partir
con su familia para la Costa, huyéndole a la tragedia que envolvía a su padre y
algunos de sus hermanos. Su abuelo paterno, una persona adinerada de la región,
no quería que ella se fuera y le ofreció toda la ayuda necesaria para salir adelante,
pero la cual no quiso aceptar y emprendió el viaje a las tierras inimaginables
del Caribe Colombiano en compañía de su familia que nunca la abandonarían.
Nunca
recibió educación, pero siempre quiso aprender cosas nuevas
Llegaron
a la Costa, se presentaban las primeras colonizaciones en la Sierra Nevada, ahí
llegaron los Rojas Villamizar y levantaron su primera finca llamada Berlín, la
cual tenía ganado y cosechaban café, una casa grande y llena de jardines.
Cerca
de ellos estaba la finca donde vivía otra familia proveniente de Santander, los
Silva San Juan. Estas dos familias no se gustaban y el destino se las ingenió
para juntarlos hasta la eternidad, pues dos de sus hijos decidieron escapar
para crear una nueva vida.
Lola,
a sus 18 años, se fuga a La Tagua con Edilberto Silva San Juan, más conocido
como Beto quien tenía 19 años, ahí llegaron a un pequeño caserío de un tío de
él a la espera de Miguel Ángel, el papá de Beto, quien era la única persona de
acuerdo con esa relación. Cuando estaban todos reunidos, decidieron ir hasta
Minca para unir sus vidas, los únicos testigos fueron Miguel Ángel, la tía de
Beto y un grupo de monjitas que se encontraban en la iglesia haciéndoles
compañía.
Cuando
José, el papá de Lola, se entera que habían escapado, decide llamar y mandar al
Ejército para buscarla, pero ya era muy tarde, pues cuando los encontraron ya
estaban casados.
El
reinicio de su vida
Después
de casados se fueron a vivir a La Alianza, esta era la finca de los papás de Beto.
Ahí inició la tormentosa relación con su suegra quien jamás gustó de ella. Al
pasar unos años armaron una pequeña parcela dentro del mismo territorio, allí
comenzó a crecer la familia y deciden cambiar de casa. La nueva vida inicia en
La Reserva, zona poco habitada pero rica en café, ahí se convierte Camargo en
el nuevo hogar de la familia.
En
todas las fincas donde Lola iba tenía hermosos y grandes jardines llenos de
rosas, claveles, dalias, trinitarias y árboles frutales que producían naranjas,
limones, brevas, granadas, entre otros. Siempre fue celosa con sus jardines y
cuando sus hijos se metían a jugar, los sacaba corriendo antes de que acabaran
con sus flores. Los vecinos siempre iban a donde Lola a pedirle retoños o
tallos, también buscaban verduras y hortalizas que cultivaba Beto. Además, de
tener sus jardines por toda la casa, criaba gallinas y cerdos.
Las
fechas especiales como los 24 y 31 de diciembre, Lola hacía un banquete que incluía
buñuelos, tamales y chicha. Ahí se reunía toda la familia y vecinos a festejar,
hasta que por los efectos del alcohol los hermanos de Beto terminaban peleando.
La
vida en Camargo comenzó a ser peligrosa, pues la guerrilla estaba entrando en el
territorio y seguiría dañando los sueños de los habitantes, por eso deciden
vender la finca a un compadre, dejando en el pasado los buenos años.
Después
de vender la finca y como Bárbara se iba a vivir a Santa Marta, deciden volver
a La Alianza, una época difícil para Lola, pues al quedar la ciudad más cerca,
Beto se iba por muchos días y regresaba sin la plata que se gastaba en ron y
mujeres. Le tocó pasar muchos momentos sola, lidiar con las necesidades de la
finca y con sus hijos que fueron muy traviesos, por eso entraron a un colegio
que quedaba a dos horas de camino. Esto significó muchas madrugadas para
preparar el desayuno de los trabajadores, lavar la ropa de ellos, y una olla
donde estaba el almuerzo de sus seis hijos quienes se la llevaban al colegio y
regresaban todos los días a las 4:00 de la tarde, y ahí estaba Lola, al otro
lado del río esperando a sus hijos.
Después
de dos años deciden irse de La Alianza y llegan a Santa Marta a una casa
ubicada en la calle 10 con Sexta. Era una vivienda de dos pisos, en la segunda
planta había tres apartamentos, de los cuales dos tenían alquilados y el más
grande era para la familia. En el primer piso había un local que también se
tenía alquilado. Con todo y el cambio de vida, Beto continuaba bebiendo durante
días, tanto que perdió todos los ahorros y tuvo que vender la casa y se mudaron
durante un año a una vivienda más pequeña en el sector de El Rodadero, después
se mudaron al Centro Histórico de la ciudad en la 17 con Sexta donde aún vive
Lola con uno de sus hijos, la esposa de él y sus nietos.
Al
mudarse a Santa Marta sus hijos entraron al colegio San Francisco, el cual
quedaba atrás de la iglesia que recibe el mismo nombre, siempre había problemas
económicos y eso hacía que muchas veces sus hijos se fueran sin desayuno. He
ahí cuando apareció una gran ayuda para la familia, fue el franciscano Abah, él
siempre estaba pendiente de los hermanos Silva Rojas, tanto que le daba plata a
Lola para el desayuno o sacaba comida del convento para darles.
Cuando
a Beto lo echaron de Telecom, le tocó a dos de sus hijos trabajar, Ada le tocó
en el Vivero y por otro lado a Edilberto en el Tránsito, sin saber que se
aproximaba una de las peores épocas de ella.
“Media
vida se me va”
Mientras
Edilberto trabajaba, tuvo un accidente de tránsito el cual lo llevó a la
muerte, Lola dice con lágrimas en sus ojos que ha sido uno de sus peores
momentos, pues media vida se le iba, su cabello se llenó de visos plateados,
nunca se volvió a arreglar como antes, sus ganas de seguir adelante se fueron.
Lola
siempre sintió impotencia por no tener los medios para brindarles una carrera
profesional a sus hijos. A pesar de ser unos jóvenes muy aplicados, les tocó
trabajar desde niños para poder mantener el hogar.
El
amor que la muerte no pudo separar
Después
de 25 años de matrimonio y seis hijos, deciden separarse, según ella porque no
quería seguir aguantando las juergas de Beto y sus hijos ya estaban lo
suficientemente grandes para no depender de él. A pesar de irse de la casa él,
siempre iba a ser el amor de su vida. Mientras Beto estuvo enfermo siempre se
preocupaba y el día de su muerte partió el corazón de sus hijos, pues además de
la muerte de su padre, verla llorar por el ‘viejo Beto’, a pesar de estar separados
22 años, no fue impedimento para que las lágrimas reflejaran aquel amor que
siempre tuvo por su viejo.
Dedicada
a la iglesia
Día
a día se levanta y prepara una taza de aguapanela con leche y pan. Se baña, se
arregla y nunca olvida su sombrero. Está pendiente a los problemas de la casa,
pero siempre tiene presente ir a misa para agradecer a Dios, porque a pesar de
que sus hijos no estudiaron, son personas de bien y no se dejaron llevar por
los vicios de su padre. Sus hijos dicen que nadie conoce por qué se la pasa
todos los días en la iglesia, a lo que ella responde “a darle gracias y pedirle
a Dios por mis hijos, nietos y bisnietos”.
Recordarla
es tan fácil, todo lo que es su familia se le debe a ella
Cada
fecha especial es la primera en llamar muy temprano para recordar qué día es,
al contestar siempre te bendice, siempre está presente en cada momento, es un
corazón tan noble que no es capaz de odiar a nadie.
Siempre
se caracterizó por ser fuerte y así mismo con sus hijos, pero toda madre sabe
cómo criar y ella hizo el mejor intento, siempre se preocupa por ellos.
Una
mujer bastante recatada, llena de sonrisas, pero bastante reservada con su
vida, al preguntarle sobre algo, siempre te sonreirá y te dirá “No recuerdo,
eso fue hace mucho tiempo”, pero su alegría sabe que esos recuerdos la hacen
quien es.
Las
enfermedades siempre están presentes pues ha tenido momentos donde su salud se
ha encontrado muy débil, llegando al punto de someterse a operaciones. Lo más
admirable es que nunca se ha dejado derrumbar y siempre se recupera para brindar
alegría y una sonrisa a su familia que nunca la olvida.
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